iv style="border-bottom: solid #4F81BD 1.0pt; border: none; mso-border-bottom-themecolor: accent1; mso-element: para-border-div; padding: 0cm 0cm 4.0pt 0cm;">
Ciudad
Bolívar, 5. 5.74 (Especial).
Es
fuerte creencia en esta ciudad, sobremanera en los lados ribereños y
periféricos, que cuando hay buena cosecha de mangos habrá buena cosecha de
zapoaras.
—Pues
esta vez tendremos abundantes zapoaras para los de aquí y los que vengan de fuera
a ver si se quedan prendidos de una guayanesa —es el dicho popular.
La
cosecha de mangos ha sido óptima. Lástima que se pierda casi en su totalidad pues
el mango es fruta delicada que no resiste el tiempo que se tardaría en
llevarla para su comercio a otro lugar.
Después
que el pueblo y especialmente la muchachada se ha hartado de mangos, el resto
que es la mayor parte de la cosecha se pierde al podrirse en el mismo sitio
donde gotea. Esto, por supuesto, después que las aves y cerdos han completado
su alimentación con esta fruta sabrosa y vitamínica del trópico.
En
la ciudad cada casa tiene en su patio y en el frente tres o cuatro matas de
mangos y las casas de las afueras con patios más anchos y las granjas y
ranchos campestres poseen verdaderos bosques de matas de mangos que más que
por los mangos fueron sembradas por la fronda, sombra y frescura de su
oxígeno. El guayanés suele descansar mejor en un chinchorro de moriche colgado
bajo robustas matas de mangos que en una cama muelle de alcoba con aire acondicionado.
El ambiente natural y abierto aun cuando el sol tueste la piel, es preferible en
este trópico bolivarense.
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